-Buenas noches y muchas gracias por venir. He pedido a Pepe que repitiera mi presentación de la semana pasada porque recordé que tenía un poema que le venía como anillo al dedo. Efectivamente yo tiro con arco, y un día pasó esto:
TIRO
Sujeto el arco
con la mano izquierda.
Coloco la flecha.
Lo tenso.
Llevo al mentón
la mano derecha.
Contengo la respiración
y apunto al centro
de la diana.
En ese momento
me interrumpe una voz infantil.
Pregunta mi ahijada de seis años:
"¿Tú crees en Dios?"
"Yo sé qué es dios", respondo.
Y suelto la cuerda.
[tzoinggggg]
24 de octubre de 2015
Si os hace gracia el segundo, u os reís, es que lo habéis entendido:
RESTO II
Se me fue la cabeza
y emprendí una limpieza
radical y profunda
de mi guarida inmunda.
Los hijos de mi lira
mandé en pleno a la pira.
Entre llamas crueles
ardieron los papeles
donde otros universos,
creados por mis versos,
yacían olvidados,
por nadie visitados.
Solamente un poema
se salvó de la quema.
Intacta contenía
la claridad del día,
los besos nunca dados,
los bordes afilados
de la espuma marina,
vaticinios de ruina,
del renacer semillas,
fuegos crepusculares,
remedios de pesares
y otras mil maravillas.
7 de marzo de 20l6
Y el tercero viene a cuento de un verso del Predicador la semana pasada: "los amantes fantasmas". Tengo un poema con justo ese título. No es muy bueno, pero sí emocionante:
LOS AMANTES FANTASMAS
La noche se cierne sobre el pueblecito.
La luna está oculta por nubes espesas.
De pronto se oye un horrible grito
que hiela al osado la sangre en las venas.
¿Quién ha perforado la noche con él?
¿Un aparecido? ¿Un muerto quizás?
Era un grito fúnebre, amargo cual hiel.
Ningún ser viviente esos gritos da.
Mas ¿no viene de aquel claro
del bosque, donde una cruz
testifica que alguien yace
privado de toda luz?
Un hombre valiente, que no teme a nada,
temerario sube por ver qué sucede.
Que el peligro acecha, que la muerte aguarda,
que tiene familia pensar no parece.
Se acerca, allá mira. ¿Qué es lo que columbra?
Una luz verdosa, mitad amarilla
que el bosque ilumina, que el calvero alumbra
y que sobre el signo de la muerte brilla.
La luz toma forma a medida que se acerca el hombre.
Se está asemejando a una dama vestida a lo antiguo.
Su belleza es tal que es muy justo que a cualquiera asombre.
El hombre se acerca y observa sin producir ruido.
Se oculta en el cerco de matas del claro del bosque.
La dama levanta sus brazos al cielo.
Parece que implora. Se vuelve a oír el grito.
Todo en ella es blanco: su falda, su pelo,
sus manos, sus joyas, su rostro hermosísimo.
Apenas lo ha hecho sucede algo extraño:
la tierra se agita; la cruz cae a un lado.
Grietas aparecen. Trozos levantados.
¿Acaso hace esto un muerto hace años?
Dos manos de hierro surgen por las grietas.
Muy pronto las siguen dos brazos, dos hombros,
el peto, las mallas. Defensa obsoleta.
Y, por fin, un yelmo, pero ¡horror! sin rostro.
Saliendo del manto que la cubría
la completa armadura se levanta
y con pesados pasos se encamina
hacia la blanca dama que la aguarda.
Se funden los dos en apretado abrazo.
Los férreos brazos estrechan la cintura
de nieve de la dama, formando un lazo
que intenta protegerla, mantenerla segura.
Asombrado ha quedado el osado
al haber observado esta escena
e ¡infortunio! tanto se enajena
que ha hecho ruido y la dama ha mirado
hacia él. Con su mirada muestra
que un viviente su amor ha espiado.
Y como esto reclama castigo,
la armadura avanza hacia el testigo.
Taladra la noche un segundo grito.
El que lo ha lanzado no es muerto, mas casi.
Comienza a invadir sus miembros la parálisis
y su corazón ya dio el postrer latido.
Cuando viene el día, tras de amanecido,
todo el pueblo acude a ver qué ha pasado
y encuentran al hombre que subió atrevido
esa madrugada, muerto estrangulado.
Dos manos de hierro su cuello señalan.
De terror sus ojos parece que saltan.
7 de febrero de 1985
Los poemas que más me gustaron de esta sesión fueron: el de Sara Zapata dedicado a su padre, Infarto de Agustín Sánchez Antequera, y el económico último; todos los de Álvaro Bueno; y Confieso que soy un desastre, de Valentín.
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