VIRUS
Empezó como un virus.
Alguien buscó un poema en Google.
Sorprendentemente, lo encontró.
Lo enlazó en su bitácora.
Quince personas hicieron clic en él.
Diez de ellas lo tuitearon.
Cuatrocientas lo retuitearon en la siguiente fase.
En veinte minutos era trending topic.
Todo el mundo lo reenviaba y opinaba.
Los que sabían idiomas lo traducían.
En cualquier lengua conmovía a la gente,
aunque nadie entendía por qué.
Saltó a los periódicos en línea.
Se leyó en los telediarios.
Pasó a las radios de onda corta.
Al final del día había dado la vuelta al planeta:
por primera vez en la historia
miles de millones de seres humanos
habían compartido el mismo pensamiento.
5 de marzo de 2013
El segundo se titula...
CUENTA
Imaginad que tuvierais una cuenta nada corriente
de la que cada semana sacaseis trescientos euros,
pero en la que, encontrándolos por la calle,
en el metro,
y hasta en los cajones de vuestras casas,
fuerais metiendo otros cuatrocientos.
Desde que aquí vengo,
eso me ocurre a mí con la poesía.
21 de febrero de 2013
Y el último explica por qué estamos como estamos por boca de uno de los causantes, cuya opinión, sobra decirlo, es justo la contraria a la mía.
CODICIA
Voy a venderos coches sin frenos
y ponerme como beneficiario de vuestros seguros de vida.
Voy a prometeros la subida eterna
para que os hipotequéis hasta las cejas.
Cuando dentro de unos años os desahucien
yo habré puesto mi comisión a buen recaudo.
Compraré empresas viables para hundirlas
y vender con beneficio sus despojos.
Voy a apostar contra vuestra moneda,
pero no es nada personal;
simplemente creo que ganaré más
que apostando a favor.
Voy a arrinconar la deuda de vuestro país
hasta que de rodillas supliquéis clemencia,
y entonces apretaré todavía más fuerte.
Voy a exprimiros hasta la última gota de sangre
que pueda transformar en dinero.
Me dan igual los millones de parados,
las naciones esquilmadas,
los suicidios de los desesperados
e incluso la desaparición del futuro.
Voy a acumular tantas riquezas
que no podré gastarlas nunca,
ni tampoco mis hijos ni mis nietos.
Mi carne y mi sangre perecerán un día,
pero el oro es eterno:
si consigo forrar con oro las paredes de mi ataúd
no moriré realmente
y triunfaré sobre todos vosotros.
Salvo que os rebeléis, claro...
5 de marzo de 2013
Esta velada me gustaron mucho el poeta invitado, Roberto Menéndez Lidón. Reproduzco uno de ellos, sin las erratas ortográficas con que aparece en Internet:
LOS QUE SABEN PERDER
Me gusta el derrotado y el vencido
que, después de apostar la vida al siete
y perder hasta el alma en el tapete,
te muestra la sonrisa y no el plañido.
Me gusta cuando veo a un hombre herido,
que tiene el corazón como un grillete,
alzar al aire risas y florete
respondiendo al envite con envido.
El hombre que en las noches de tormenta
no mira ni al futuro ni al pasado
y lucha con valor contra la afrenta.
Me gusta el que perdió porque ha jugado,
el hombre que si pierde no está en venta,
me gusta, sí, y siempre me ha gustado.
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