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miércoles, 31 de octubre de 2012

Aquellos junios / ¿De verdad? / Los amantes fantasmas

Quería leer este poema un martes que lloviera. He tenido que esperar muchos, pero al final ha llegado. Trata de un mes de junio, quizá de 1990, en que llovió casi todos los días de ese mes y buena parte de las horas de cada día. Algo inaudito entonces y completamente increíble ahora.



         AQUELLOS JUNIOS

Recuerdo aquellos junios de lluvias torrenciales,
de calles anegadas, de árboles chorreantes,
de estudio continuado, monótono, incesante,
velado por cortinas de agua casi palpables.

Y aquel desangelado salón de los exámenes,
inmenso, desbordado de alumnos ignorantes,
nerviosos, preparados, ansiosos, pusilánimes,
como, en la luz grisácea, presencias espectrales,
ahogados por la angustia de intentar acordarse
del dato deglutido muy pocos días antes.

Todos bajo aquel techo de lata resonante,
aquel tambor ciclópeo, cubiertos por el parche,
dibujando, borrando, los sesos devanándose,
atenazado el pecho por el miedo reinante,
por la elevada apuesta que allí iban a jugarse
y, quizá, amplificando la alerta vigilante
para que la respuesta buena no se retrase.

Tales son mis recuerdos de aquellos aquelarres.
Aquí quedan plasmados con su ritmo pesante.


      Julio de 2003



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Este otro es a propósito de lo que ha dicho Carlos Salem hace cinco minutos sobre la detención de uno de cada diez manifestantes en el Congreso y cómo el poder trata de acabar con la poesía.


    ¿DE VERDAD?

¿Pero que os creíais
que era la poesía?

¿Juegos malabares?
¿Palabras bonitas?

¡Es mucho más que eso!
Puede abrir heridas,
reunir multitudes,
cambiarte la vida.

Es tal su potencia
que la gente indigna
hará mil esfuerzos
para reprimirla,
para que no siembre
sus puras semillas
en los corazones
donde, si germina,
los hará invencibles
en cualquier partida.

   15 de octubre de 2012

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Y el último es un poema gótico que escribí hace casi treinta años. Parece oportuno sacarlo en vísperas de Halloween, noche de fantasmas y espectros.


LOS AMANTES FANTASMAS


La noche se cierne sobre el pueblecito.
La luna está oculta por nubes espesas.
De pronto se oye un horrible grito
que hiela al osado la sangre en las venas.

¿Quién ha perforado la noche con él?
¿Un aparecido? ¿Un muerto quizás?
Era un grito fúnebre, amargo cual hiel.
Ningún ser viviente esos gritos da.

Mas ¿no viene de aquel claro
del bosque, donde una cruz
testifica que alguien yace
privado de toda luz?

Un hombre valiente, que no teme a nada,
temerario sube por ver qué sucede.
Que el peligro acecha, que la muerte aguarda,
que tiene familia pensar no parece.

Se acerca, allá mira. ¿Qué es lo que columbra?
Una luz verdosa, mitad amarilla
que el bosque ilumina, que el calvero alumbra
y que sobre el signo de la muerte brilla.

La luz toma forma a medida que se acerca el hombre.
Se está asemejando a una dama vestida a lo antiguo.
Su belleza es tal que es muy justo que a cualquiera asombre.
El hombre se acerca y observa sin producir ruido.
Se oculta en el cerco de matas del claro del bosque.

La dama levanta sus brazos al cielo.
Parece que implora. Se vuelve a oír el grito.
Todo en ella es blanco: su falda, su pelo,
sus manos, sus joyas, su rostro hermosísimo.

Apenas lo ha hecho sucede algo extraño:
la tierra se agita; la cruz cae a un lado.
Grietas aparecen. Trozos levantados.
¿Acaso hace esto un muerto hace años?

Dos manos de hierro surgen por las grietas.
Muy pronto las siguen dos brazos, dos hombros,
el peto, las mallas. Defensa obsoleta.
Y, por fin, un yelmo, pero ¡horror! sin rostro.

Saliendo del manto que la cubría
la completa armadura se levanta
y con pesados pasos se encamina
hacia la blanca dama que la aguarda.

Se funden los dos en apretado abrazo.
Los férreos brazos estrechan la cintura
de nieve de la dama, formando un lazo
que intenta protegerla, mantenerla segura.

Asombrado ha quedado el osado
al haber observado esta escena
e ¡infortunio! tanto se enajena
que ha hecho ruido y la dama ha mirado
hacia él. Con su mirada muestra
que un viviente su amor ha espiado.
Y como esto reclama castigo,
la armadura avanza hacia el testigo.

Perfora la noche un segundo grito.
El que lo ha lanzado no es muerto. Mas casi.
Comienza a invadir sus miembros la parálisis
y su corazón ya dio el postrer latido.

Cuando viene el día, tras de amanecido,
todo el pueblo sube por ver qué ha pasado
y encuentran al hombre que subió atrevido
la noche pasada, muerto estrangulado.

Dos manos de hierro su cuello señalan.
De terror sus ojos parece que saltan.


    7 de febrero de 1985



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