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martes, 16 de junio de 2015

Adicciones / Afortunados / Desintoxicación / La fée de l'ascenseur

Buenas noches y muchas gracias por venir. En los tres que leeré voy a desarrollar un tema del que habló María Helena la semana pasada: la adicción a la poesía. 

   ADICCIONES

Tengo una amiga
que fue adicta a las tarjetas.
Desgastaba la banda magnética
de tanto pasarlas por el lector.
Se pulió enteras sus cuentas,
tuvo que pedir préstamos...

Al final decidió prescindir
radicalmente:
ni la del cajero siquiera.
Cuando necesita dinero,
va a la ventanilla del banco.

De baja por lumbalgia,
le dio por la comida:
se hinchó de bollería industrial
y patatas fritas.

Aplastada por los kilos de más,
empujada por su doliente espalda,
probó a caminar,
y empezó a adelgazar.

Se entusiasmó gradualmente:
una hora diaria, dos horas,
tres horas, cuatro,
incluso cuando ya había vuelto
a su peso forma.

Acabó rompiéndose los pies
y envejeció veinte años sus rodillas.

De nuevo en casa,
se tiró a la poesía:
escribía uno o dos poemas al día.
A veces, hasta tres.
Y buenos, no os vayáis a creer.
Cuando termine este mío,
os atizaré uno suyo.

Consiguió dejarla,
para que veáis que es posible,
pero su adictiva personalidad
sigue complicándole a la pobre
su existencia cotidiana.

Tras pasar por las vajillas,
de las que llegó a apilar unas trece
en sus estanterías,
cada una de más de treinta piezas,
lo penúltimo a lo que se ha enganchado
han sido los juegos de móvil.

Por suerte o por desgracia,
ha tenido que abandonarlos enseguida,
forzada por las tendinitis.

Ahora anda despacio por la vida,
llevando en la mano su última manía:
comprar libros sobre Madrid.

Protestan sus pies a cada paso,
y yo tiemblo
pensando en la próxima piedra
donde tropezará.

  10 de junio de 2015



El de mi amiga:

     AFORTUNADOS

Sí,querido amigo,
ambos
nos hemos contagiado
mutuamente,

en casi dos lustros
de risas y desdichas,
logros y milagros,
cantos y llantos,
sorpresas y decepciones
compartidas.

Quiero pensar
que mis pullas
y tus reproches
han logrado su efecto.

Que es más liviana
tu tacañería,
más moderada
mi ingenuidad.

Que has despertado
mi sentido crítico.

Que he abatido
tus terrores.

Que hemos perdido
en intransigencia
lo que hemos ganado
en sabiduría.

Que juntos,
uniendo fuerzas,
hemos bregado
mejor con las mareas.

Sí, somos afortunados
de que el azar
nos llevara
a coger trenes
que circulan
por la misma vía.

      11 de junio de 2013



Y después de tantos problemas, la solución:

       DESINTOXICACIÓN

Sí estás tan enganchado a la poesía
que cuando dejas de escribir versos
los ves corriendo por el suelo,
hacia ti,
con aviesas intenciones,
t r a n q u i l o.

Hay remedio.

Para empezar, diez minutos de Candy Crush,
por cada verso que surja en tu cabeza.
Luego veinte, luego cuarenta,
hasta que deje de atreverse.

Por la noche, como terapia de refuerzo,
tres horas de Gran Hermano VIP.
Aguanta las ganas de vomitar:
son parte del tratamiento,
como en la quimioterapia.
Pasarán pronto,
y si tardan,
piensa que las mereces,
por vicioso.

Sal a la calle solo de noche
o en días muy nublados,
para reducir la intensidad del estímulo.

Cuando brille el sol
reclúyete en tu habitación
con las persianas cerradas.

Ni se te ocurra abrir un libro;
si tienes ganas de leer,
tírate a la prensa económica,
concentrándote en las cotizaciones bursátiles.

En pocos meses,
como viejo;
como viejo desengañado y solo,
con la imaginación achatarrada
y el alma olvidada en el taller.

  10 de junio de 2015



- Perdón, María Helena, me gustaría leer uno para terminar, porque al contrario del gran crítico del amor que acabamos de oír, yo sí he tenido la experiencia del ascensor.
- De acuerdo.
- Está en francés. Traduzco directamente.

LA FÉE DE L'ASCENSEUR

J'y suis entré pour descendre.
Ma pensée flottait dans l'infini.
Soudain, elle est entrée. Sa beauté éblouisante
m'a ébahi, m'a effaré.
Elle a vu ma confusion
et a dit "Excusez moi."
J'aurais dû dire "C'est moi qui s'excuse.
Vous êtes tellement jolie que mon coeur a sauté."
J'aurais vu alors le comble de sa beauté:
je l'aurais vu sourire ou rougir
et peut-être elle aurait dit "Merci."
Mais je suis resté muet, fasciné.

Arrivée à son étage, elle est sortie
et s'est éloignée à jamais.

Ça fut dans une bibliothèque de la rue Maubege,
un jour que je rappelerai toujours.


Madrid, le 20 novembre 1994
(le rencontre eût lieu deux ans avant)

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